Letra con Filo
TIEMPO DE CHIPILINES?
Miguel Ángel Sandoval.
De pronto aparecen opinadores que demandan el fortalecimiento del ejército y el combate al crimen organizado y al narco por la institución de los chipilines. Uno de los tantos opinadores, el “libertario” Zapeta, quien en un articulo de Siglo Veintiuno, dice como quien no sabe o no se acuerda, que el ejército fue reducido por culpa de los Acuerdos de Paz y un sin fin de cosas más, y que el ilustrado de Berger, con el apoyo del guerrillero de Stein, le dieron rienda suelta a la reducción del ejército para ahorrarse unos centavitos. Qué tal.
El punto es correcto pero descontextuado. Como resultado de los Acuerdos de Paz, hubo el compromiso de reducir el ejército, pero igualmente, de construir a cambio una estructura de seguridad que retomara las funciones que el ejército tenía y que no le correspondían. Y ello no tiene nada que ver con la idea de chafas y pachucos, que me parece demasiado superficial para tomar en cuenta.
Lo cierto del caso es que durante el conflicto armado, el ejército ocupó prácticamente todas las funciones de las instituciones civiles, llegando incluso a la organización de la constituyente, de las elecciones y de muchas cosas más. Ello correspondía a una ingerencia brutal en la vida ciudadana. Ni hablar de la violencia masiva y sistemática en contra de la población civil. Esto que se olvida está solidamente documentado en los informes del REMHI y de la Memoria del Silencio. Asimismo, se encuentra en los archivos de la ONU, y los archivos de los EEUU. Se trata pues de hechos absolutamente probados. Estas son las razones que llevaron a plantear la reducción del ejército, tanto en efectivos como en sus funciones.
Ahora resulta que los militaristas de toda la vida al unísono reclaman que el ejército vuelva a ser fortalecido, como si la única vía para mantener la seguridad fuera la de contar con un ejército grande, equipado y omnipresente. Creo que es la vía equivocada y creo además, que es la vía para nunca fortalecer la PNC y sus departamentos antinarcóticos y de investigación; asimismo, es la vía para no constituir un departamento de inteligencia civil que se encargue de las funciones que el ejército ha usurpado desde hace muchos años.
En suma, se está ante el riesgo de que el fortalecimiento de nueva cuenta del ejército nos dé cómo resultado el abandono del fortalecimiento de las instituciones civiles, que de manera deliberada se han dejado sin atención. No es algo menor, por esta vía estamos ante una disyuntiva de monta: o construimos una sociedad en donde el poder civil sea quien garantice la vida democrática, o nos corremos el riesgo de estar de manera permanente sentados sobre las bayonetas. Y no creo que en el fondo nadie quiera profundizar el tiempo de los chipilines.
Queda pendiente que el presidente Álvaro Colom entienda que se embarcó en canoa con hoyos, y que la apuesta a combatir el narcotráfico con chipilines, sin bien puede ser una salida emergente ante el desgarriate en que se encuentran las otras instituciones de seguridad ciudadana, no es para nada una salida ideal, ni mucho menos. Hace falta tomar en manos la reorganización de la seguridad, y con ello no se plantearía la necesidad de llamar de vuelta a los chipilines, dicho sea con todo respeto. No sea que el remedio resulte más difícil que la enfermedad.
TIEMPO DE CHIPILINES?
Miguel Ángel Sandoval.
De pronto aparecen opinadores que demandan el fortalecimiento del ejército y el combate al crimen organizado y al narco por la institución de los chipilines. Uno de los tantos opinadores, el “libertario” Zapeta, quien en un articulo de Siglo Veintiuno, dice como quien no sabe o no se acuerda, que el ejército fue reducido por culpa de los Acuerdos de Paz y un sin fin de cosas más, y que el ilustrado de Berger, con el apoyo del guerrillero de Stein, le dieron rienda suelta a la reducción del ejército para ahorrarse unos centavitos. Qué tal.
El punto es correcto pero descontextuado. Como resultado de los Acuerdos de Paz, hubo el compromiso de reducir el ejército, pero igualmente, de construir a cambio una estructura de seguridad que retomara las funciones que el ejército tenía y que no le correspondían. Y ello no tiene nada que ver con la idea de chafas y pachucos, que me parece demasiado superficial para tomar en cuenta.
Lo cierto del caso es que durante el conflicto armado, el ejército ocupó prácticamente todas las funciones de las instituciones civiles, llegando incluso a la organización de la constituyente, de las elecciones y de muchas cosas más. Ello correspondía a una ingerencia brutal en la vida ciudadana. Ni hablar de la violencia masiva y sistemática en contra de la población civil. Esto que se olvida está solidamente documentado en los informes del REMHI y de la Memoria del Silencio. Asimismo, se encuentra en los archivos de la ONU, y los archivos de los EEUU. Se trata pues de hechos absolutamente probados. Estas son las razones que llevaron a plantear la reducción del ejército, tanto en efectivos como en sus funciones.
Ahora resulta que los militaristas de toda la vida al unísono reclaman que el ejército vuelva a ser fortalecido, como si la única vía para mantener la seguridad fuera la de contar con un ejército grande, equipado y omnipresente. Creo que es la vía equivocada y creo además, que es la vía para nunca fortalecer la PNC y sus departamentos antinarcóticos y de investigación; asimismo, es la vía para no constituir un departamento de inteligencia civil que se encargue de las funciones que el ejército ha usurpado desde hace muchos años.
En suma, se está ante el riesgo de que el fortalecimiento de nueva cuenta del ejército nos dé cómo resultado el abandono del fortalecimiento de las instituciones civiles, que de manera deliberada se han dejado sin atención. No es algo menor, por esta vía estamos ante una disyuntiva de monta: o construimos una sociedad en donde el poder civil sea quien garantice la vida democrática, o nos corremos el riesgo de estar de manera permanente sentados sobre las bayonetas. Y no creo que en el fondo nadie quiera profundizar el tiempo de los chipilines.
Queda pendiente que el presidente Álvaro Colom entienda que se embarcó en canoa con hoyos, y que la apuesta a combatir el narcotráfico con chipilines, sin bien puede ser una salida emergente ante el desgarriate en que se encuentran las otras instituciones de seguridad ciudadana, no es para nada una salida ideal, ni mucho menos. Hace falta tomar en manos la reorganización de la seguridad, y con ello no se plantearía la necesidad de llamar de vuelta a los chipilines, dicho sea con todo respeto. No sea que el remedio resulte más difícil que la enfermedad.
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